No hay que creer al viento

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Carga briznas de paja, restos de frases yertas
y pétalos marchitos y un beso amoratado,
arenas y ramajes, lágrimas encubiertas
y las páginas mustias de un diario atrasado.

No creas su lengua sorda, su número pelado
su abrir y cerrar de ojos, de nubes, y de puertas
su continuo eructar recuerdos del pasado
arrastrando tristezas y polvo y hojas muertas.

No creas sus gritos vanos, no creas sus maldiciones,
la furia con que agita, girando, lo que pones,
sus cabellos revueltos en confusa madeja.

Solo es aire sin dueño, no vive, no respira
No hay que creer al viento: lo que cuenta es mentira
Como viene se irá; se lleva lo que deja.

Foto: Tornado en la playa
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Las cajas precintadas

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Se echa de menos eso,
la urgencia de partir, cambiar de trenes,
amanecer en aldeas deshabitadas,
llegar donde nadie nos espera,
aprender de los muros de musgo de un convento,
recoger a un soldado en la autopista
Pensar en el regreso… En el regreso.
Y se sueña con cables y herramientas,
lugares familiares en los que no se ha estado,
con la conversación que terminó en diluvio,
las sabanas mojadas
y un gajo de la luna sin prisa entre dos nubes.
Se echa de menos un cruce de caminos
la elección, el gusto de perderse
en cualquier carretera
el riesgo de las alas y del humo,
el encuentro, el fortuito desenlace,
el otro que uno fue cuando atrapaba
una sonrisa,
el brillo,
el brillo,
el brillo.
Y el borrón de los nombres en la agenda
que ya no tienen rostro ni memoria.
Uno extiende la vista y solo encuentra  
las cajas precintadas.