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Voy a hacer una pausa técnica para tratar de actualizarme a la versión Yo.01.11.
Y mientras, estos pequeños poemas que se han ido quedando por distintas libretas como restos de naufragio.
Frescos aún tus zarpazos de hielo
tengo aquí. Mira los labios de la herida
y oscuros restos de alma coagulada.
Tócame. Te dolerán las yemas de los dedos.
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Contra la tela que huye, el asta enhiesta,
la blanda sombra embiste noblemente,
cuerno contra clepsidra, sangre ingente
desorientada de furia y de impotencia.
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Se sentó la golondrina
sobre el hilo del teléfono.
Pensativa.
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Este poema largo, largo, que antes fue perfume
y humedad de jardín
muere, poco
a poco
sin
ti.
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Igual que un robot metálico,
el escarabajo insiste
torpemente en el obstáculo
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El inefable elefante, dulcemente,
pendulea con su trompa al vástago travieso
que dócil se acomoda a su costado
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El pez picó.
Y el sabroso gusano transformóse
en garfio de dolor.
El pez quería gritar, mas no podía
porque no tenía voz.
Como el hombre, que grita cuando sufre
para un ausente Dios.
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Los centinelas
de negros correajes
y bayonetas caladas
vigilan
para que nadie entre
o salga nadie
del olvidado cementerio
o del mundo de los vivos.
Una única puerta.
Solitaria.
Ambivalente.
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Bendito el que pan requiere.
Bendito el que se lo da.
Y la que lo trajo al mundo
por pura necesidad.
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Rotarias con tabardo
Lánguidas góndolas
Diástole en babuchas
Te cazarán Orión
Y puede que Artemisa evanescente
te alcance por sorpresa.
Orondo y apegado
no llegarás a Ofir con tu riqueza.
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Digamos todavía “mañana…”
Como si mañana fuese
a abrirse de par en par
Nueva. Como la mañana
que fue una vez… Sí; ya sé
donde duerme y como era
aquella mañana clara
que no será. Mas, digamos
“mañana…” aun por si fuese
como era...
Como si fuera a llegar.