Manifiesto Persona
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No me duelen como antes los parias de la tierra
Ahora me duele un pobre concreto con su nombre.
Ese que empuja el carro de algún supermercado
y en lugar de comida lleva chatarra y ropa
que no se han de poner sus dueños porque han muerto.
Sé que se llama Luiso y que duerme en un coche.
Me duele aquella otra que descubre en su brazo
una estrella morada en medio de la vena,
cuyo centro es un nudo de sangre coagulada.
Responde a cualquier nombre: ¡Oye tú! ¡Vieja! ¡Tía!
pero sonríe al “¡Lola!” de los que la conocen
y los que ponen precio a su carne maltratada.
Me duele aquel que muere, niño de hueso y hueso
con ojos de cobalto, tan parecido al otro
que yace hambriento al lado y también tiene un nombre
Songó y Yebra me duelen y Suad que fue la madre;
del padre heredó el Sida hace ya algunos años.
No me duele el obrero cuando tiene un trabajo
y un sueldo y Sindicato, me duele Akim que baja
diariamente a la mina en busca de diamantes.
Solo tiene diez años pero es delgado y cabe
por rincones recónditos donde no llega el hombre.
Respira polvo y tose, no llegará muy lejos.
Me duele Horacio, el indio de la selva amazónica
que ya no caza o pesca, tan solo se emborracha
porque hallaron petroleo muy cerca del poblado.
y le dan aguardiente a cambio de silencio.
Ya es un viejo sin dientes a sus cuarenta años.
Con el tiempo no siento los Grandes Objetivos
Ahora solo me duelen el emigrante Lebko
el desahuciado, Vargas, que lo es por ser gitano,
la niña Yua, vendida a un viejo como esposa,
Bito y Zoido y Manuel y Radek y Jorene
y otros que no son números, ni gente, ni estadística;
son personas con nombre que nacieron sin suerte
Esos pobres me duelen hasta sangrarme el alma.
Todos, sí, pero Esos.