En un vagón
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Solíamos escondernos en un viejo vagón
abandonado en vía muerta
seguros en la hermética jaula de madera:
llena de olor a viejo, carbonilla
y extrañas herramientas herrumbrosas
para, yo no sé qué, trabajo de titanes.
Aún perdura ese olor a estación,
solidamente denso, en mi memoria
y recuerdo aquel juego con sabor a peligro
y a mi amigo Palomo, hijo de un guardavía
que pieza a pieza había desarrollado
una auténtica red en miniatura
de trenes, semáforos, intercambio de vías
y zigzagueantes locomotoras con sonido.
Todo un despliegue mágico encima de una mesa
que no descarrilaba y llegaba puntual a algún destino
diferente del mío. Mi familia
cambió de domicilio y olvidé la estación
y hubo nuevos amigos también que me enseñaron
a escapar, a correr y a estar oculto
en las estrechas calles de mi barrio,
no importa por qué causa: todo estaba prohibido.
Desde entonces no ha sido posible la inocencia.
y he seguido corriendo y escondiéndome,
no sé porqué motivo.
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